Amar comienza con ser
De la Palabra de Dios: “Tres cosas durarán para siempre: la fe, la esperanza y el amor; y la mayor de las tres es el amor” (1 Corintios 13:13, NTV).
No sé en qué momento de la vida te encuentras tú que hoy lees este artículo, pero, si todavía no te has casado, es especialmente para ti. Si ya eres casada, quizá tengas hijos con quienes compartir estas verdades. A lo mejor las cosas no salieron como soñaste y estás orando a Dios por una segunda oportunidad, también puedes aplicar esta verdad a tu vida.
De alguna manera, y sin que nadie nos lo pida, cuando llega el momento de considerar seriamente con quién pasar el resto de nuestra vida comenzamos a elaborar una lista. La mayoría de las veces es una lista no escrita, aunque algunas personas sí la llevan al papel.
Amar comienza con “ser”. Esa lista de la que te hablaba por lo general incluye todo aquello que quisiéramos encontrar en la persona amada. Y algunas listas son tan específicas que van desde el color del cabello, donde por alguna razón inexplicable la que quería un rubio termina con un trigueño y viceversa (puedes reír, no hay problema), hasta la profesión. Déjame decirte algo: tanto al rubio como al trigueño o le saldrán canas o se les caerá el cabello. Así que evidentemente, este no es un buen punto para la lista. Y en cuanto a la profesión, si lo que te motiva es el salario, como una encuesta que vi hace unos días en televisión, considera que las circunstancias cambian y no hay nada 100 por ciento seguro en cuanto al mercado laboral y el mundo de los negocios.
Ahora bien, supongamos que nuestra lista no incluye nada de eso. Entendimos que todas esas cosas son efímeras. Y tenemos otro tipo de lista. Veamos:
Una persona que me ame tal como soy.
Una persona que ame a la familia y quiera construir una familia temerosa de Dios.
Alguien que me considere la persona más importante, me cuide y esté dispuesto a estar a mi lado sea lo que sea (salud, enfermedad, riqueza, pobreza, etc.)
Alguien que comparta mis sueños y me ayude a realizarlos.
Una persona que no sea egoísta, ni celosa, ni orgullosa.
Y bueno, pudiéramos seguir añadiendo otros puntos, pero creo que ya tenemos la idea.
Tenemos una lista mucho más “profunda y espiritual”. Pero, de cualquier manera hay un problema con las listas. Las listas se enfocan en lo que queremos de la otra persona, para que me satisfaga a mí. La base de ese supuesto amor es el egoísmo. Todo gira alrededor de lo que yo quiero, lo que me gusta a mí, etc. Pero… ¿y si viráramos las cosas al revés? ¿Cumpliríamos nosotros los requisitos que queremos que se cumplan en nuestro futuro cónyuge, o incluso en lo que quisiéramos que nuestro esposo ya tuviera?
Por eso te dije al principio que amar comienza con “ser”. El problema con las listas es que queremos todas esas cosas pero muchas veces no estamos dispuestas a “ser” eso mismo nosotros.
El amor con diseño divino es la antítesis del egoísmo. De hecho, si leemos la definición más completa del amor, la que nos da la Biblia en 1 Corintios 13, podemos leer que “el amor no es egoísta” o, como dice la Reina Valera 1960 “no busca lo suyo”.
Mi querida lectora, para experimentar el amor tal y como Dios lo diseñó, necesitamos quitarle el peso de una lista a la persona con la que anhelamos compartir la vida, o ya la estamos compartiendo. Sí, hay un requisito esencial: que sea una persona que ame a Dios de todo corazón y busque agradarle a él por encima de todas las cosas. Ese requisito no es negociable. Fuera de ahí nos toca hacernos varias preguntas:
¿Estoy dispuesta a amar a esta persona tal y como es?
¿Quiero yo construir una familia donde Dios sea el centro?
¿Estoy dispuesta considerar a esta otra persona como la persona más importante, a cuidarla, a permanecer a su lado sea lo que sea (salud, enfermedad, riqueza, pobreza, etc.)?
¿Quiero compartir sus sueños y ayudarle a realizarlos, incluso cuando eso pudiera implicar hacer sacrificios en los míos?
¿Soy yo una persona sea egoísta, celosa u orgullosa?
¡Cómo cambia nuestra perspectiva!, ¿verdad? Si queremos un amor con diseño divino necesitamos ir delante de Dios y pedirle que, antes de darnos a la persona “idónea”, haga de nosotras una persona “ideal” para esa relación. Fíjate que no dije perfecta, dije idónea. Pedirle que nos ayude a cultivar todos aquellos rasgos que anhelamos encontrar en la otra persona. Y que eso nos sirva para recordar que ningún ser humano podrá jamás llenar todas nuestras expectativas y necesidades. Eso solo puede hacerlo Dios.
Este concepto es contracorriente. No se parece en nada a lo que este mundo repiquetea constantemente. Pero, una vez más, no hemos sido llamadas a sumarnos a la corriente sino a ser luz. Sí, el amor con diseño divino comienza “ser”.
(Publicado originalmente en wendybello.com)
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Originally published Wednesday, 10 February 2016.