¿Y tú de qué te quejas?
De la Palabra de Dios: “Hagan todo sin quejarse y sin discutir” (Filipenses 2:14, NTV)
Pensaba que ya podría salir de la cocina, con todo limpio y recogido.
—Mañana entonces tenemos que estar ahí a las 7 AM, ¿verdad? —me preguntó mi esposo, y más que una pregunta para mí fue un recordatorio que se tradujo en “tengo que preparar los almuerzos de los niños para mañana, ahora, pues no tendré tiempo cuando nos levantemos”.
Abrí la puerta del refrigerador, ya estaba cansada y con deseos de sentarme, las palabras que cruzaron vertiginosas por mi mente fueron: “¡Estoy cansada! ¡Quiero terminar ya! ¿Por qué tengo que hacer esto ahora o de lo contrario levantarme tan temprano?” Y casi se convierten en sonidos audibles cuando me di cuenta de que me estaba quejando, otra vez, aunque solo fuera en mi mente.
La queja es algo tan cotidiano. Donde quiera que uno llega es fácil escuchar: “La cosa está mala”. “La situación está dura.” “Qué aburrido mi trabajo.” “Qué difícil mi familia.” “Qué cansada me tienen estos niños.” “Qué café tan desabrido.”Denominador común: expresiones de queja.
La Biblia me ha convencido de que a Dios le molesta mucho la queja, el espíritu quejumbroso incomoda a nuestro Dios como pocas cosas. Si nos remontamos a la historia del pueblo de Israel nos encontraremos con un increíble repertorio de quejas y mira lo que pasó: “Cuando el SEÑOR oyó que se quejaban, se enojó mucho…” y ninguno de aquellos que salieron de Egipto, con excepción de Caleb y Josué, pudo ver la tierra que él les había prometido. Puedes leer el relato tú misma en Deuteronomio 1. En lenguaje actual, le llenaron la copa a Dios y él les dio su merecido.
¡Cuán agradecida estoy por la misericordia y la paciencia de Dios! Muchas veces a mí pudiera pasarme como a los israelitas. ¿Y a ti? Somos más prontas a quejarnos que a expresar gratitud a Dios. En múltiples ocasiones ni siquiera nos damos cuenta de que nos estamos quejando, se vuelve tan normal. Pero mira lo que nos enseña Pablo en el versículo del principio, que se encuentra en su carta a la iglesia de Filipos: “Hagan todo sin quejarse… para que nadie pueda criticarlos” (Filipenses 2:14, NTV, cursivas mías). Y todo es…todo, desde lo que nos gusta hasta lo que nos resulta difícil, pesado e incómodo.
Si deseamos cultivar un corazón conforme al de Dios, tenemos que desarraigar al espíritu de la queja. Un buen punto para comenzar pudiera ser cambiar la queja por una acción de gracias. Al principio puede que nos cueste más trabajo ver un motivo para dar gracias en algo que no nos gusta, pero poco a poco se irá haciendo más fácil.
Volviendo al ejemplo que conté al empezar, en lugar de quejarme por lo que tenía que hacer, puedo dar gracias a Dios porque tengo hijos a quienes preparar almuerzo, y almuerzo para prepararles. ¿Me explico? La queja y la gratitud no pueden coexistir. Lo segundo, cambiemos la queja por una alabanza. Cuando nos veamos tentadas a empezar el repertorio de las quejas, cambiémoslo por un repertorio de alabanza a Dios. Alabar a Dios trasforma por completo nuestra perspectiva ante cualquier situación. Y si te quedan dudas, pregúntales a Pablo y a Silas (Hechos 16).
Vive como Dios lo diseñó,
Wendy
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Originally published Wednesday, 19 March 2014.