Para cuando perdemos la esperanza
De la Palabra de Dios: “Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo” (Juan 16:33, NTV).
Por la manera en que van las cosas muchas veces uno quisiera esconderse debajo de una mesa y no salir nunca más. Las malas noticias no son esporádicas, son una constante. El desaliento pareciera ir ganando terreno en todas partes. Las personas pierden la esperanza. Y hasta cierto punto es entendible porque la mirada puesta en sentido horizontal no alcanza a producir otra cosa.
Hace unos días me sentí un poco así. Y no por gusto. Tiroteos inesperados acaban con vidas inocentes. Gobiernos que echan cada vez más por tierra los valores bíblicos de la familia y la moral en sentido general. Leyes que socavan la seguridad de nuestros niños, incluso en sus escuelas. Cristianos que pierden las libertades por las que tanto lucharon y otros mueren asesinados. Enfermedades que terminan vidas sin importan la edad. Niñas arrastradas a la peor de las esclavitudes. La oscuridad se expande como lo que es, una agenda perversa.
¿Qué futuro aguarda a mis hijos, Señor? ¿A qué mundo los trajimos? ¿Cuánto más para vengas?, esas preguntas fueron parte de mi diálogo con Dios.
Entonces el Espíritu Santo hizo su tarea y me recordó esta Palabra vivificante que te compartí al principio.
Mi querida lectora, si creemos ilusamente que podremos encontrar paz en algo, estamos erradas y nos aguardan tristes sorpresas. La paz es alguien, Jesús. En medio de todo el caos que antes te describí y que de seguro conoces muy bien, solo podemos experimentar tranquilidad cuando dejamos que Jesús, mediante su Espíritu, produzca la paz en nosotras.
En nuestro paso por la Tierra no hay garantías de trayectorias fáciles. Jesús lo dijo claro, tendremos pruebas, habrá tristezas pero… ¡ánimo! Aunque aparentemente la batalla parece perdida y tenemos deseos de salir corriendo y escapar, ¡él ya venció! Sabemos cuál es el final que nos espera. ¿Qué hacemos mientras tanto? Primero que nada, nos aferramos a la esperanza. ¿Cómo? Con la Palabra de Dios. Sus promesas son seguras. Deja que ellas sean el antídoto contra el desaliento y la angustia.
Si como hijas de Dios permitimos que las circunstancias determinen nuestra perspectiva, viviremos en total derrota. Nuestra mirada no puede ser horizontal, tiene que ser vertical, hacia arriba, con los ojos puestos en Jesús.
Necesitamos vivir cada día recordando que creemos en el Dios de toda esperanza, como dice en Romanos 15; y en espera de la esperanza, Jesús.
Por otro lado, ¡clamemos, juntas! Dios escuchó la oración de Abraham cuando le suplicó misericordia (Génesis 18). Dios escuchó el clamor de Daniel intercediendo por su pueblo (cap. 9). No podemos seguir dormidas, ¡tenemos que despertar! Lo que estamos viendo es una batalla espiritual. No se gana en los círculos políticos, ni sociales, ni legales. Esta batalla se pelea en lugares celestiales y tú y yo tenemos el grandioso privilegio de poder tocar a las puertas del cielo, traspasar las cortinas y llegar a la presencia de Dios porque Jesús lo hizo posible. ¿Qué nos detiene?
Sí, este mundo asusta con toda su maldad, pero el pueblo de Dios no puede vivir aterrorizado. El pueblo de Dios se reviste de valor y fuerza por medio de la sangre de Cristo.
Cuando Jesús habló de la venida del Espíritu Santo les dijo a los discípulos que recibirían poder y que testificarían. Mi amiga lectora, si has creído en Jesús, ese mismo poder vive en ti para clamar, para pelear la batalla, para llenarte de esperanza ¡y para compartir la esperanza!
Estamos en el equipo ganador. Vamos adelante. Sigamos instruyendo en verdad a nuestros hijos, clamando por sus vidas; clamando por nuestras familias, nuestros países. Levantando la bandera de la esperanza que tenemos en Jesús.
(Publicado originalmente en wendybello.com)
© 2016 Wendy Bello
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Originally published Wednesday, 23 November 2016.